06 junio 2007

Sin palabras

Existió una vez un hombre que nunca tenía nada que decir, como si tuviera un vacío en la garganta por la que jamás pasó una frase. Acompañado siempre por un colosal gato, cuya dieta se basaba exclusivamente en lenguas, deambulaba por el mundo. Pero este hecho no impidió que fuera respetado, aclamado e incluso venerado por las masas. Qué milagro obraba este hombre para que las personas, fuese cual fuese su condición siguieran ciegamente sus silencios es todo un misterio. Tal vez un oscuro magnetismo atraía y arrastraba a todos los seres que "no" escuchaban. Puede que fuese portador de algún objeto mágico o puede que su mirada tuviese un poder hipnótico desconocido hasta ahora.
Al igual que los antiguos alquimistas en busca de la conversión del plomo en oro, los "grandes oradores" de nuestros días se afanan por conocer el secreto de tan misterioso hombre. Algunos incluso se han hecho con un gato al que atiborran de hormonas y lengua de vaca, para infortunio del pobre felino. Pero todo es inútil. Cuando suben al atril su silencio se convierte en un bochornoso espectáculo, mientras que sus palabras... Bueno, el resultado es el mismo. Sin embargo, las personas que atienden demuestran un cierto fanatismo que no deja de asombrarme. Por muy estúpidos que resulten sus discursos la atención prestada es similar a la que conseguía nuestro hombre callado.
Esto me lleva a pensar que ningún poder oculto se concretaba en él, que no existe un fenómeno paranormal que explique tal virtud. Sencillamente la gente es estúpida.